María del Rosario Guerra
@CharoGuerra
El llamado violento y el lenguaje intimidante fueron las armas usadas por algunos para generar zozobra en los colombianos frente a la jornada de marchas que ha vivido el país. Debo admitir que su estrategia produjo tensión, pero nunca miedo.
Colombia no es un país ajeno a la protesta y las manifestaciones. Esta no es la primera vez que algunos de la izquierda se valen del descontento de los ciudadanos para desestabilizar e incendiar al país basados en mentiras y engaños, con el único objetivo de cambiar la naturaleza pacífica de la protesta, por brotes de violencia que afecten el orden público y la seguridad nacional.
El paro le cayó como anillo al dedo a los detractores del Gobierno, quienes a punta de falacias trabajaron por sembrar el odio y, por supuesto, el riesgo de desorden y desmanes. Pero también han buscado mantener una agitación permanente con miras a desestabilizar al gobierno del presidente Iván Duque, quien de manera firme y permanente ha venido trabajando durante estos 15 meses en el cumplimiento de las propuestas programáticas que hizo en su campaña y las metas contenidas en el Plan Nacional de Desarrollo.
El gran desafío que tuvo este Gobierno desde que anunciaron el paro, fue desmentir las supuestas razones divulgadas para llamar a la marcha. La mentira sobre supuestas decisiones que había o iba a tomar el Gobierno ha sido la herramienta utilizada para mantener la convocatoria de ir a las calles. Porque en Colombia no ha habido un hecho del gobierno Duque que motive mantener una marcha cada dos días, como se ha registrado en estos 15 meses. Muy diferente a lo que ha pasado en Bolivia, Ecuador o Chile donde decisiones gubernamentales motivaron la protesta.
Lo que sí ha habido en el país es la frustración y no aceptación de la derrota electoral a la presidencia del ex candidato Petro y sus seguidores, que acostumbrados a desestabilizar y marchar con violencia quieren tumbar a Duque. (Lea también: Estudiantes: no dejen que los sigan usando).
Revisemos el caso de Chile. El estallido social se dio en respuesta a la decisión del Gobierno del presidente Sebastián Piñera de hacer un alza en el precio del pasaje del metro. Al caos en las calles se sumó la presencia de encapuchados, quienes caldearon los ánimos de los manifestantes, al punto dejar un cruento balance, a la fecha, de 22 muertos y más de dos mil heridos.
Pero Bolivia no se queda atrás. El reconocido fraude electoral del expresidente Evo Morales para mantenerse en el poder y el aumento en el precio de la gasolina desataron manifestaciones violentas que terminaron en grescas permeadas por ciudadanos extranjeros, cubanos, venezolanos y hasta afectos a las Farc, quienes incitaron al vandalismo y llamaron a las vías de hecho para reversar el alza y exigir la salida de Evo Morales de la Presidencia.
Sin duda hay un común denominador en Chile y Bolivia: la infiltración de extranjeros para avivar el caos; vil trampa de la anarquía que proviene desde el Foro de Sao Paulo, maquinaria que utiliza el miedo y el desorden para desestabilizar la democracia.
Como bien lo dice el periodista español, Ramón Pérez Maura: “este auge de populismo neochavista es una gran amenaza para América Latina, que en la última década había conseguido restablecer los valores y principios democráticos”.
Es increíble, pero es la realidad. Este no fue un paro que buscara satisfacer demandas individuales, fue uno usado e impulsado para atacar al Gobierno, a las Instituciones y a nuestras Fuerzas Militares y de Policía, algo que no van a lograr.
Colombianos, hay que ejercer el legítimo derecho a la protesta de forma pacífica, lejos de la violencia y las agresiones. El amor por esta Patria exige cuidar y respetar las Instituciones y los bienes públicos. No desviemos la expresión democrática hacia el vandalismo y el caos.