Nuevamente la Corte Constitucional, usurpando funciones legislativas, se extralimita en sus decisiones, esta vez impulsando una cultura de muerte con la práctica de la eutanasia. No contentos con tomar decisiones favoreciendo el aborto, hecho que transgrede el derecho a la vida del no nacido y la dignidad de la mujer, hoy amplían los casos donde se puede practicar, sin que se penalice, lo que ellos llaman “morir dignamente”. Legalizan matar al enfermo, al que padece una enfermedad terminal o aquel que sufre una enfermedad dolorosa, aunque no sea terminal, sin darle siquiera la oportunidad de paliar y vencer el dolor recibiendo atención médica avanzada y de alta calidad para mejorar su calidad de vida y la de sus familiares.
Estamos frente a una decisión gravísima. A la Corte no solo se le volvió costumbre legislar, apartándose de la separación de poderes, sino que parece olvidar que la vida es un derecho consagrado en el artículo 11 de la Constitución y que, por ende, es su deber protegerla y garantizarla, no vulnerarla como lo hace en este caso, escudados en lo que llaman “dignidad humana”. Esa complacencia de algunos de los magistrados a favor de la eutanasia se tenga o no una enfermedad terminal, es gravísima porque a través de ella se puede estar legalizando la pena de muerte.
Esta decisión se suma a la reglamentación de la eutanasia anunciada hace apenas unas semanas por el Ministerio de Salud, en respuesta a un fallo de la Corte Constitucional, a través de la resolución 0971 de 2021, en la que se establecen las directrices para realizar libremente esta práctica inhumana, mal llamada “derecho a morir con dignidad”. El documento indica que podrá practicarse cuando exista una enfermedad incurable avanzada; enfermedad terminal o agonía o inexistencia de alternativas razonables de tratamiento; entre otras.
Hoy la Corte Constitucional da la estocada final al transgredir el artículo 106 del Código Penal (homicidio por piedad), dando luz verde a la práctica de la eutanasia cuando haya sufrimiento físico o psíquico proveniente de una lesión corporal o enfermedad grave o incurable, abriendo así la puerta para que quienes no padezcan enfermedades terminales puedan acceder a este procedimiento. Aquí es donde me pregunto: ¿por ser una enfermedad incurable puede pedírsele a un médico que se mate al enfermo?, ¿se agotaron todos los tratamientos médicos posibles?, ¿por qué se le da la espalda a los grandes avances científicos y tecnológicos en el campo de la salud?, ¿por qué se elimina de tajo la posibilidad de acudir a los cuidados paliativos para aliviar el dolor e incluso curar enfermedades? Me preocupa, además, desde el punto de vista ético y moral, que el trasfondo en esta decisión además sea un asunto económico, donde es mucho menor el costo para el sistema de salud promover la eutanasia en esos pacientes que asumir su cuidado y atención, como se debate hoy en los países que la han aprobado.
Aquellos que valoramos la vida desde la concepción hasta la muerte natural, no podemos entender cómo alguien siquiera contempla la posibilidad de provocar el deceso de un ser humano enfermo, bien sea por medio de la eutanasia (asistida por un médico), o lo que se conoce como suicidio asistido, en el que se le dan medicamentos al paciente para que cause su propia muerte, sin pensar además en las consecuencias que ello puede tener a nivel familiar. Una herida que estoy segura no cicatriza jamás.
Siempre lo he dicho, legalizar la eutanasia es la salida fácil para evitar costos y responsabilidades tanto familiares como sociales; dejando de lado valores necesarios como la solidaridad y el cuidado amoroso, así como poder acceder a los mejores servicios disponibles en salud. A este paso se irán destruyendo las barreras legales que protegen y garantizan el derecho a vivir.
Ningún paciente debe sentirse como una carga, por el contrario, debe tener el máximo apoyo y amor de sus seres queridos. No es abandonando al enfermo y sin hacer nada para paliar su dolor o sufrimiento, y mucho menos “ayudándolo” a morir como se respeta su dignidad, porque eso solo nos deshonra como civilización y transgrede el valor sagrado de la vida. Bien lo dijo su Santidad Juan Pablo II: “La eutanasia es un crimen contra la vida humana, incurable no significa in -cuidable”.
Desde el Congreso de la República seguiré diciéndole NO a la eutanasia, pero, además, continuaré impulsando iniciativas como la “Objeción de Conciencia” que busca garantizar que toda persona ejerza el inviolable derecho a oponerse, en determinado momento, a cumplir con un deber jurídico, si hacerlo entra en conflicto con sus más íntimas convicciones y creencias; como, por ejemplo, la práctica de la eutanasia, el aborto o unir a parejas del mismo sexo.
No olvidemos, toda vida siempre será digna de ser vivida hasta el final.