María del Rosario Guerra
Argentina, a través del Senado de la Nación, dijo NO a la pretensión de sectores políticos y sociales de legalizar el aborto en todos los casos a partir de la semana 14 de gestación. La controversia generada fluyó durante meses entre ideologías, oportunismos electorales, posturas éticas, reclamos de libertad individual, análisis científicos y convicciones morales. Abordar cada uno de esos elementos no es el fin de estas líneas.
Este texto pretende única y exclusivamente celebrar las vidas que se salvan desde ahora con la decisión del legislativo e invitar nuevamente a la reflexión sobre la cultura de matar, que desafortunadamente cobra fuerza en nuestro continente y en buena parte del mundo.
Miles de no nacidos tendrán la oportunidad de respirar gracias a 38 votos en el Senado argentino. Tristemente no ocurre siempre, pero esta vez el derecho a vivir de los niños estuvo por encima de lo que piensan y reclaman quienes sí tuvieron esa oportunidad. Nunca he tenido duda: los derechos ciudadanos de jóvenes y adultos, sus decisiones sexuales, su forma de entender el mundo y su legítima naturaleza de proteger la integridad propia, jamás pueden ser un aval para defender el homicidio de una persona. Si no defendemos la vida de quien no puede defenderse no hay futuro. Así de claro.
Evitar la muerte de los no nacidos y de sus madres en abortos clandestinos es un tema que se resuelve con educación, con cultura del respeto, con amor para entregar en adopción, y no legalizando la práctica. Fortaleciendo familias (allí se construye todo), enseñando a las nuevas generaciones la responsabilidad que significan el amor y la concepción, y optimizando las herramientas legales para que la defensa de la vida sea el norte del Estado, las sociedades podrán entender que la cultura de la muerte jamás será el camino.
Argentina nos dio una lección. Gracias a ella la esperanza renace.